Siempre Mistral
“Retrocedamos en la historia de la humanidad buscando
la silueta de la mujer en las diferentes edades de la Tierra. La encontraremos
más humillada y más envilecida mientras más nos internemos en la antigüedad. Su
engrandecimiento lleva la misma marcha de la civilización; mientras la luz del
progreso irradia más poderosa sobre nuestro globo, ella, agobiada, va
irguiéndose más y más”.
“La
instrucción de la mujer” de Gabriela Mistral. Escrito a los 15 años.
Gabriela
Mistral es una de las figuras más importantes y controversiales que ha pasado,
casi a la fuerza, a la historia de Chile. Esto debido a que muchas personas
hicieron hasta lo imposible por invisibilizarla no solo porque era mujer, sino que
además porque su familia campesina y pobre, porque era morena, porque sus rasgos
eran gruesos, sus maneras rústicas y, sobretodo, que se daba el lujo de ser
orgullosa y no rendir pleitesía a los políticos ni a los grupos de poder.
Gabriela Mistral nació en una época en que una
sola clase dominaba la escena nacional, una época en que los campesinos nacían
y morían en medio de la pobreza y la ignorancia, en un Chile en que la mujer no
tenía derecho a voto, porque se la consideraba inferior, en un Chile en que estaba
destinada a ser solo madre y una dueña de casa, en un Chile ordenado a la
manera de los sistemas castas y ella, sin pedir permiso a nadie, sin ayuda de
nadie, vino a romper este status quo y fue, por esto mismo, que todos
intentaron marginarla, porque como indica Ana País en su artículo “La prefieren
loca, que lesbiana” (1), Gabriela reunía todas las condiciones para ser discriminada
y, sin embargo, salió adelante y
triunfó, porque Gabriela nunca se dejó
amedrentar por nadie, porque era una mujer fuerte, una resiliente.
Ejemplos de
animadversión hacia Gabriela encontramos muchos en la historia de Chile, como
los despectivos comentarios que importantes críticos escribieron en los diarios
de la época para ningunearla. Críticos que han caído en el olvido y no vale la
pena mencionar y que no fueron los únicos en atacarla. También podemos
mencionar a aquel grupo de educadores e intelectuales que, movido por la
envidia, el chaqueteo y la clase, se empeñaron en aislarla para que renunciara
a la dirección del Liceo N° 6 de Niñas de Santiago. Solo a partir de estos dos
ejemplos podemos darnos cuenta que Gabriela Mistral se hizo a sí misma en medio
de las tormentas, sin pedir permiso a nadie y nos queda claro que
intencionalmente hubo personas que trataron de eliminarla de la historia de la
educación y de la literatura chilena.
A estas
alturas podríamos suponer que una vez que Gabriela Mistral ganó el Premio Nobel
de literatura fue por fin reconocida en su patria por los grupos de poder, pero
esto no ocurrió, porque incluso en este importante momento para letras chilenas
Gabriela Mistral fue ninguneada tal como lo es ahora ninguneada Isabel Allende.
A ambas se las acusó de no tener peso literario, pese a ser reconocidas
mundialmente. Baste decir que no fue Chile el país que promovió la postulación
de la Mistral al Premio Nobel, fue Ecuador, a través de la escritora Adelaida Velazco,
devota seguidora de la obra literaria americanista, pacifista y ensayística de
la chilena (2). Adelaida hizo las gestiones para su postulación. Fue ella quien
consiguió el apoyo del Grupo América de Quito y de connotadas personalidades de
Argentina, Brasil y Centroamérica y fue ella quien finalmente consigue la
adhesión diplomática del presidente Pedro Aguirre Cerda, logrando con ello que
el Decano de la Facultad de Filosofía y Educación de la Universidad de Chile,
Luis Galdames y el filósofo Yolando Pino Saavedra firmaran su postulación en la
Academia Sueca. Pasaron desde entonces cinco años para que Gabriela recibiera
el preciado galardón, años en que la poetisa debió seguir enfrentando ese
empeño en destruirla, esta vez a través del Presidente Carlos Ibañez del Campo,
quien le negó su sueldo como cónsul y, solo después de que se le concediera el
Nobel de Literatura, se retractó y volvió a pagarle. En la misma línea podemos
afirmar que el Premio Nacional de literatura que le fue concedido en Chile un año
más tarde solo fue una consecuencia, casi una obligación para Chile. Si el
mundo la reconoció como la mejor, no les quedó más que reconocerla, pero en
este proceso de reconocerla nuevamente fue invisibilizada, fue blanqueada de
manera literal y figurada para que encarnara de mejor forma el aspecto y los
valores de la elite chilena. Ya no vemos en las publicaciones que llevan su
nombre a la mujer morena de antaño. Han aclarado el color de su piel y su cabello.
Han estilizado su rostro, que generalmente aparece de perfil. La han alejado
tanto de los suyos que se han preferido fotos en las que no nos mira, en las
que aparece sola, transformándola de esta manera en la madre de Chile, en la
mujer que dedicó su vida a los niños, lo que no tiene nada de malo, pero es muy
parcial, porque Gabriela fue una mujer completa, que amó, que tuvo parejas y
una opinión que no era precisamente concordante con la opinión de esa elit que se
esmeró tanto en blanquearla y de ello nos enteramos, sin lugar a dudas, solo luego
que Doris Atkinson, sobrina de la pareja y albacea de Gabriela, Doris Dana,
entregara aquellos baúles con más de cuarenta mil documentos relacionados con
su obra y vida personal, documentos que hicieron imposible negar en Chile la
existencia de una Gabriela Mistral completa y magnífica, un ser humano colosal,
entre cuya vasta y riquísima producción literaria y no literaria encontramos
una contundente prosa política que se adentra en terrenos tan vastos y
trascendentales como lo son la educación, la salud, los derechos de los niños,
de las mujeres, de los más pobres, de los pueblos originarios y la identidad
latinoamericana, incluyendo en este último aspecto, el orgullo del mestizaje,
porque Gabriela Mistral nunca olvidó sus orígenes y es por toda esta obra que
se le otorgó el Premio Nobel de Literatura. No fue por solo tres magníficos
libros como nos hacen creer, fue por toda su obra, una obra que crece pesar de quienes insisten hasta
el día de hoy en tratar de callarla, en crear vacíos en torno a aspectos de su
vida que les parecen incómodos o en criticarla porque era lesbiana, porque
escribía en rimas (como lo han hecho cientos de clásicos a los que no se los
critica por lo mismo), porque abordaba temas muy simples, porque es mujer,
mestiza o estaba sola y es, por estas mismas razones que Gabriela es la más
grande, porque pese a que todo estaba en su contra logró ser reconocida a
través de una de las máximas distinciones mundiales: el Premio Nobel de
Literatura.
Todos los poemas publicados en esta antología
tienen el mérito de haber sido ser concebidos a partir de un diálogo de respeto
y admiración hacia aquella humilde niña que tuvo el valor de montar un caballo
y salir desde Monte Grande hacia La Serena, de la Serena a Antofagasta, de
Antofagasta a los Andes, de ahí a las tierras magallánicas, a Temuco, de Temuco
a Santiago para asumir la dirección del liceo 6 de niñas y de allí a México (en
donde participó activamente de la más importante reforma educacional de ese
país, y desde México, aquella niña que fue echada a pedradas de la escuela, aquella
adolescente y mujer que fue apartada una y otra vez por no tener estudios
formales, aquella maestra a la que presionaron para que dejara su cargo de
directora, la que fue criticada y tratada de mediocre hasta el cansancio, saltó
a la historia universal. Chile se
deshizo de ella y mundo la adoptó como a una de sus hijas predilectas. Fuera de
su tierra, de la pequeñez, del chaqueteo, de la misoginia y la lesbofobia Gabriela
se hizo gigante y, por fin, encontró el amor y la inmortalidad. Si hay algo positivo
que podemos destacar de los duros momentos que Gabriela vivió en Chile, es que
la Mistral siempre fue superior a las pequeñeces de quienes intentaron destruirla.
Gabriela no se llenó de odio. Lo dejó atrás, como un lastre que no vale la pena
cargar. Que los critiquillos de este rincón del mundo que a nadie le importa se
llenaran la boca con su nombre, que en este mundillo tercermundista no se
aceptara que destaquen las mujeres sencillas y jamás serviles es algo que al
mundo no le interesa. Lo que al mundo le interesó en ese entonces y le interesa
ahora es Gabriela Mistral. Quienes la persiguieron ahora son meros accidentes,
piedrecillas que desaparecen bajo la poderosa figura de una mujer que se hizo
sola, que no se inscribió con ningún partido político o colectivo que
auspiciara su carrera. Gabriela nunca sacrificó sus principios para ganar
renombre. No se construyó sobre un apellido de alcurnia ni se valió de las
redes sociales ni de contactos con los poderosos para ser vista. Gabriela se
construyó sola, átomo sobre átomo, célula sobre célula, paso a paso, resistiendo
pacíficamente los embates de quienes la envidiaban y deseaban destruirla y fue
debido a esto que pudo convertirse en una de las más poderosas figuras de la
literatura chilena y universal.
Cuando Gabriela Mistral falleció, Chile perdió definitivamente
a Gabriela Mistral. Gabriela Lucila no regresó a Chile, regresó al Valle del
Elqui, a Vicuña, a la tierra que la vio nacer y de allí a Montegrande, a la
tierra en donde pasó sus primeros años de vida, a su Madrepatria, la que la
amantó concediéndole la fuerza necesaria para saltar al vacío una y otra vez,
la fuerza para caer siempre de pie, como una orgullosa gata, mirando de frente,
a los ojos, segura de misma, siempre Mistral.
1.
“La
prefieren loca que lesbiana”. Ana Pais. BBC Mundo (@_anapais). 8 marzo 2016.
2.
“Adelaida
Velasco Galdós y la campaña por el Nobel de Gabriela Mistral”. Museo Gabriela
Mistral de Vicuña. Diciembre 7 de 2018.