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RELATOS DE TERROR DE NORA GUEVARA

 1. La cosa en el desagüe

2. El hallazgo

3. El sabor de la sangre

4. El vaso


LA COSA EN EL DESAGÜE

Ustedes juzguen, a partir de lo que a continuación voy a contarles, si estoy loca, si soy una sicópata, si estoy en medio de una espeluznante pesadilla o sufrí un siniestro ataque psicótico del cual sufro las consecuencias. 

 Todo comenzó hace varios meses, cuando comencé a sentir algunos malos olores que provenían del desagüe que está en la cocina de la casa que arriendo hace poco más de un año, en los suburbios del gran Santiago. Esta desagradable situación fue empeorando cada vez más, hasta que se convirtió en un problema de proporciones. Lo peor de todo es que, cada vez que llamo a mi arrendataria para que lo arregle, me dicen que está fuera de Chile, por lo que cuando el vivir rodeada de malos olores se me hizo insostenible, agregando a esto que ya hace un mes lavaba la loza y todo lo necesario para cocinar, en el pequeño baño de la casa, lo cual era muy complejo y muy poco higiénico y qué decir de dónde comía y guardaba los alimentos, en el living de la casa, por lo que atenazada con el problema, decidí solucionarlo por mí propia cuenta, no sin antes revisar algunos tutoriales en youtube que explicaban cómo hacerlo. 

 En realidad la solución resultó ser, en teoría, irrisoriamente simple, una nimiedad que podría haber solucionado hace tiempo, por lo que esa misma noche, después del trabajo, decidí arreglarlo. Mientras antes mejor, pensé, puesto que a esas alturas el agua no bajaba y, en el desagüe, además de la mugre y malos olores acumulados, pude ver una especie de líquido pastoso, burbujeante y espeso que subía hasta la superficie. 

 Luego de buscar un destornillador, unos palillos para raspar la mugre acumulada si era necesario, papel, un lavatorio de plástico y una bolsa para la mugre, saqué la tapa superior, tal como lo indicaba el video en mi celular. La tapa estaba asquerosamente impregnada una especie de mucosidad de color verde bilis, de la cual colgaba un fango negro y pegajoso de muy mal aspecto. Era tan nauseabundo que no pude contener las arcadas cuando lo traté de mirar mejor y al darme cuenta que el tubo estaba completamente tapado con esa cosa, observé el tubo del desagüe y pude darme cuenta que, al parecer, daba directo al alcantarillado, por lo que decidí sacarlo y limpiarlo afuera, para volver a colocarlo y limpiar, por fin, la cocina. Saqué el tubo y al rasparlo logré sacar un conjunto que cosas que parecían raíces impregnadas de restos humanos, fétidos y pegajosos, cuyo fuerte olor a descompuesto me hicieron sobre el mismo el fondo del conducto, también impregnado de ese compuesto. Contrariada con mi estómago y la mezcla de olores a los que agregaba el desagradable olor los alimentos agrios desparramados en el piso, decidí ponerme una mascarilla y guantes, para limpiar el repugnante desastre, pero no me fue posible, porque de improviso, hubo un corte general de luz, algo bastante común en un sector pobre como éste, en que muchas personas se cuelgan de los cables de la corriente pública para obtener electricidad. 

Ya se me estaba acabando la paciencia cuando decidí intentarlo una vez más. Tomé el celular para ver mejor, pero la batería estaba crítica por lo que, tanteando, moviéndose entre una mugre resbalosa, me moví buscando una caja de fósforos y un rancio trozo de vela que quedó del último corte de luz producto de las protestas. En esa ocasión, los manifestantes tiraron cadenas a los cables del alumbrado, que hicieron cortocircuito y nos dejaron tres días sin luz, todo para poder manifestarse y hacer fogatas sin ser vistos ni capturados. Recuerdo perfectamente que esa misma noche desapareció una adolescente de quince años que quemaba neumáticos y tiraba piedras, como parte de las acciones de la protesta, hasta que llegaron las fuerzas de orden y seguridad a dispersarlos con bombas lacrimógenas, que tiran desde los llamados guanacos y carros lanza aguas, también llamados zorrillos por los manifestantes, ya que arrojan aguas contaminadas mezcladas con gases a las personas para que tengan que ir por ayuda y abandonen las calles. 

 Regresando al tema, encendí la vela, la puse junto al lavaplatos y así, recostada sobre la mugre, humedecida con esos líquidos inmundos, metí el palillo por el espacio que da directo al desagüe, un espacio bastante estrecho en el que con suerte cabe mi puño y comencé a limpiar, empujando hacia abajo una cosa blanda y espesa, hasta que sentí, de la nada, un leve tirón y el palillo quedó atascado. Algo sorprendida por la sensación, decidí echar agua con el lavatorio, para limpiar los que había logrado soltar, pero fue peor, el desagüe se tapó y un agua pestilente comenzó a salir hacia arriba, saltando sobre mi cara. 

 Más asqueada todavía, vomité sobre los restos de verduras podridas, de grasa y otros alimentos, ya que en la posición en que me hallaba, de bruces dentro del mueble de cocina, no alcancé a salir y, apenas terminé de maldecir mi suerte sentí un eco que provenía del desagüe. Era un sonido lejano, débil y confuso, que semeja a una queja de dolor, casi un alarido. Abrumada y llena de terror, me arrastré hacia afuera, moviéndome como un sapo sobre toda esa asquerosidad acumulada que se me había impregnado en las piernas y las manos, pero esta vez no vomité, porque el terror me paralizaba. 

 La vela continuaba encendida a un costado del desagüe y miré hacia la vela, que parecía sisear debido a una leve brisa que emergía de las profundidades de la alcantarilla. Luego miré hacia el desagüe y pude notar que una mano humana, destrozada, deshaciéndose, con las uñas descarnadas, salía desde ese hoyo mientras lo que era un eco se transformaba en un grito brutal, un aullido gutural, que me heló la sangre. 

 Me hice de todo en los pantalones y resbalando en mi propia mierda, logré ponerme de pie y salir corriendo de la casa, pidiendo ayuda entre alaridos de loca y ahora, aquí me tienen, en urgencias, encadenada a una camilla, con dos guardias apostados en la cama, guardias y personal que me observa con el mismo asco y la misma repugnancia que yo sentí cuando vi manifestarse esa mano repulsiva en el desagüe de la casa, pero nadie me cree. Dicen que se me acusa del asesinato de una quinceañera cuyo cuerpo putrefacto apareció en la cocina de la pequeña casa. 

He oído murmurar a los auxiliares del aseo que comentan lo que se informa en las radios, en la televisión, en Instagram y otras redes: que la maté en mi propia casa y que la observé por meses pudrirse en la cocina, que era una enferma y que traté de deshacerme del cuerpo arrojándolo a la alcantarilla, que por eso la destruí, haciendo un gran hoyo en la cocina y, aunque lo he negado una y mil veces, nadie cree lo que digo. Solo me miran con desprecio, como a un bicho repulsivo del que hay que alejarse para no pegarse una enfermedad. La mayoría me mira con un miedo visceral. Por mi parte, desde ese día me niego a ir al baño y a cualquier parte en que haya un desagüe, por el miedo a volver a escuchar ese eco de ultratumba que me avisará que otra jovencita inexperta, que fue asesinada, luchó arrastrando su cuerpo putrefacto hasta la superficie para que encontrarme, pidiendo que se le haga justicia, sin sospechar que la justicia no existe y que, a mí, simplemente a mí, me acusaron de asesinarla y tener su cuerpo por meses en la cocina de la casa. A mí, a quien nadie escucha, porque es más fácil culparme de un crimen que no cometí, apresarme por años y cerrar el caso que seguir buscando a un asesino anónimo que probablemente vaga por allí acechando a su próxima víctima, mientras los oficiales y médicos se entretienen comentando los pormenores más monstruosos del caso con la prensa.

EL HALLAZGO

3. EL HALLAZGO 

En posición fetal, desnuda, con una serie de traumas y horribles quemaduras en el cuerpo fue encontrada en el kilómetro 22 que une Santiago de Chile con Isla Negra. Los paramédicos indicaron que los atacantes debieron pensar que estaba muerta cuando la arrojaron, desde un auto en movimiento, a la orilla del camino. 

Nadie lo sabe, pero a eso de las tres de la madrugada, dos desgraciados que detuvieron a orinar justo allí, en la orilla del camino, también la violaron, dejándola una vez más sola, al borde de la muerte. A esa misma hora, una pareja que por allí pasaba, observó la horrible escena que ocurría al costado del camino, pero en lugar de detenerse a prestar ayuda o dar aviso a las autoridades, siguió de largo. Dos horas y media más tarde, un profesor que conducía hacía su trabajo notó el cuerpo desnudo en el camino, se detuvo de inmediato, llamó a emergencias pidiendo ayuda y esperó junto a lo que creía era el cadáver desnudo de una mujer de mediana edad. 

 Casi no presentaba signos vitales cuando la ingresaron a urgencias. Tras una operación que duró más de seis horas, le reconstruyeron el himen, el ano y cerraron las profundas heridas que con cuchillos le hicieron en diferentes partes del cuerpo. Los traumas y las quemaduras fueron desinfectados durante el proceso quirúrgico, en que sufrió dos paros cardíacos. 

 Los uniformados, siguiendo las instrucciones del juez, la esposaron a la cama. Los médicos, que se opusieron férreamente en un principio, no pudieron hacer nada por la víctima. 

 Esa misma noche un policía armado se instaló a dormir en una silla afuera de la habitación, mientras adentro, la joven mujer se retorcía producto, hasta que repentinamente sus signos vitales se detuvieron, activando un aviso a la sala de guardia. 

Mientras el enfermero de turno se dirige a la habitación, ella se saca los aparatajes que, se supone, debieron mantenerla con vida. 

 El policía duerme. Ésta es la oportunidad perfecta para deshacerme de la estúpida, piensa el enfermero, que sonríe con desprecio cuando observa al policía echado, como un perro entumido, sobre la silla. Mientras abre la puerta del cuarto, se mete la mano en el bolsillo del delantal y desliza los dedos sobre la jeringa que lleva oculta. Cruza la puerta dispuesto a asesinarla, pero al ponerse junto a la cama, la encuentra vacía. A sus espaldas la puerta se cierra. Son las dos de la mañana. Mira hacia el lado derecho, y no ve nada. Hace un segundo esfuerzo y mira hacia el lado izquierdo. Tampoco. No se atreve a mirar hacia atrás, aunque siente que algo lo toca. Cierra los ojos para armarse de valor y, antes de abrirlos, algo húmedo y áspero se desliza por su cuello, al tiempo que dos huesudas manos lo toman por los hombros y le incrustan las garras hasta los huesos. El enfermero trata de gritar, pero aquello que está a sus espaldas estira el cuello, lo rodea y lo encara. ¡Es ella! La ha reconocido y tiembla de pavor al encontrarse con esos ojos inyectados en sangre. La mujer, como una criatura salvaje, le muerde la boca, arrancándole de cuajo la mandíbula inferior. El hombre siente cómo su propia sangre le humedece el pecho, le moja los pantalones y entibia las piernas. La criatura sonríe burlona, baja la cabeza y con sus garras castra al enfermero, que en la cúspide del dolor intenta detener el sangrado con sus propias manos. Ya de rodillas, incapaz de articular sonidos, la observa mientras ella mastica su mandíbula y escupe los dientes. La joven mujer, ahora un engendro, se sienta su lado y le dice: 
-Esto es entre tú y yo. 

El hombre, a punto de desmayarse, mete la mano derecha en el bolsillo y busca el timbre de emergencias, pero no alcanza a oprimirlo. El ser le agarra de la mano y se la corta. Después lo mira y, moviendo, el dedo índice de izquierda a derecha le susurra al oído: 
-No, no, no. Esto es algo entre tú y yo. 

Luego le indica que mire su mano. El enfermero la sigue su mirada y ve cómo ella, con esas horribles garras, le abre el estómago, le saca las tripas y se las refriega en la cara. Todo hiede en el cuarto de emergencias. 

Finalmente, la criatura se pone de pie, toma el cuerpo del hombre, lo zamarrea y lo azota contra las paredes del cuarto de emergencias, soltando una horrible carcajada que despierta al guardia que afuera duerme. 

-Esto es solo entre tú y yo-, le repite al oído, antes de aplastarle la cabeza con las manos. 

Cuando el guardia, por fin, abre la puerta solo encuentra un reguero de sangre y de restos humanos que indican que la justicia, a veces, es mucho más que un mero hallazgo. 



EL SABOR DE LA CARNE. 
MEMORIAS DE UNA ASESINA SERIAL

La carne, producto de consumo generalizado entre los seres humanos desde que la humanidad existe, es fundamental para el buen desarrollo de la salud. 

En este punto, quiero que les quede claro que no es mi intención hacer una diatriba sobre el origen de la humanidad. Nada más lejano a mis deseos. Lo que en realidad me convoca a escribir es mi necesidad de que comprendan, a través de un escrito preciso y objetivo, que los seres humanos, por biología, estamos destinados a alimentarnos de la carne de otros seres vivos y que, cualquiera que opine distinto está contradiciendo los principios más elementales de la biología humana, puesto que la ciencia indica, con toda claridad, que necesitamos de las propiedades nutricionales de la carne para construir y fortalecer nuestros músculos, para oxigenarnos de manera correcta y permitir que nuestro cuerpo convierta los alimentos en ese combustible que nos mueve y nos mantiene vivos y es, en este punto, en el que quiero detenerme, ya que ante un hecho tan claro y simple como este ¿Cómo es que me condenan por amar la carne? ¿Por qué creen que mi especial consumo de carne está mal y el de ustedes es el correcto? Lo que deseo es que, racionalmente se pongan en mi lugar y que, además usen sus células espejo y se miren, porque hay una verdad incuestionable tras esto: somos, por naturaleza, seres carnívoros y, si todavía viviéramos en estado salvaje (y conste que vivimos en junglas de cemento), cazaríamos bestias para alimentarnos, en lugar de criarlas en corrales para el consumo humano. ¿No es más humano cazar animales salvajes, que alguna vez fueron ser libres, que criarlos para comer? Y si hay algo que puedo asegurar, a estas alturas, es que la gente perdió el instinto cazador que nos caracterizaba como raza superior. La gente perdió la capacidad de reconocerse carnívora y perdió la capacidad de matar y, con ello, perdió el derecho de estar en la cúspide de la escala alimenticia. 

 Estoy segura que la mayor parte de ustedes, amables lectores, que han tenido la paciencia de seguir hasta aquí mis razonamientos son buenas personas, empáticas, que mientras leen intentan comprender qué me pasa, qué me hace sentir, para poder ayudarme o rescatarme. Bueno, ustedes han perdido la capacidad de torcer el pescuezo de un pollo para desplumarlo, de cortar el cuello a una vaca para luego despellejarla y faenarla y, estoy segura que no soportarían el olor a tripas que sale del interior de un animal muerto simplemente porque han sido domesticados. Ni más ni menos, amables lectores, ustedes son animales domesticados a los cuales los consumen a diario, como ocurre con algunas tribus africanas, que día a día poner una pajita en el agujero en el cuello de una cabra y beben un poquito de su sangre, para alimentarse, sin matarla, porque es matar a la gallina de los huevos de oro. ¿Ustedes, animales domesticados me estudian a mí, que voy directo a mi presa y la mato y no se extrañan ni estudian este sistema que es un gran carnívoro que los devora día tras día? Lo que deseo es que reconozcan a estas alturas y, antes de continuar con mis explicaciones, es esta verdad absoluta: que los seres humanos somos cazadores, somos depredadores, somos carnívoros y que quienes piensan diferente son bestias inferiores, unas simples y viles bestias domesticadas que se han convertido en presas y que no merecen llamarse bestias, sino que ganado. 

Asumo que a estas alturas ustedes se preguntarán ¿Hacia dónde se dirige esta mujer con estas extrañas divagaciones? ¿Estará haciendo el intento de que la declaren loca y le perdonen la vida, para pasar los siguientes años, cómoda, en un sanatorio? No, no, no, nada más lejos de lo que deseo hacer. Estoy tratando de ser racional, puesto que todo tiene una explicación lógica. Espero que les quede claro que no estoy tras las rejas por ser una estúpida ni una asesina desalmada, nada más lejos de lo real. Estoy aquí porque ustedes y todos quienes manejan los poderes del estado están equivocados y yo tengo la razón. Deben saber que eso que dicen me han dicho más de una vez: que si la mayor parte de las personas que te rodean piensan que tú estás equivocado, lo más probable es que estés equivocado es una burda falacia. La historia demuestra que muchas veces la mayoría se equivoca y muy pocos tiene la razón y son condenados por eso, o ¿Me van a negar que Copérnico estaba equivocado? ¿Me van a negar ahora, que la tierra era redonda a pesar de que la mayoría, en la antigüedad pensaba que era plana? Es por todo esto que necesito analicen y comprendan mis razones antes de emitir juicios definitivos sobre mi persona. 

Supongo que, en este momento, se estarán preguntando ¿Quién soy y por qué creo que puedo defenderme a mí misma? Mi respuesta es que debido a que yo soy yo, es decir, mi propia construcción, solo yo puedo defenderme. ¿Cómo me va a defender alguien que no me entiende? ¿Puede un pez defender a un pescador? ¿Puede un ave defender a un gato? Bueno, a mí, un ser humano superior y libre, no contaminado por la civilización, no me puede defender un animal domesticado, su mente, del tamaño de una nuez al lado de la mía, no es capaz de dimensionar mis razones y es por lo mismo, que yo me defiendo. Soy un ser que vive en esta inmensa granja que ustedes llaman civilización, pero no soy parte del ganado, soy una liba vestida de oveja, una liberta que se mueve entre los esclavos, estoy entre ustedes, pero no soy como ustedes. Yo no soy tú, yo soy yo. Una carnívora, una cazadora, una depredadora que contribuye a mantener el frágil equilibrio de este ecosistema. 

 Paso ahora, al segundo tema que me convoca: la injusta persecución a la que mi especie ha sido sometida por siglo debido a causas morales y religiosas. No es posible que toda una sociedad acepte esto como algo natural. No es posible que los códigos de justicia sean elaborados por los más débiles. Nuestro planeta está en peligro. Necesitan detener la sobrepoblación se ha transformado en el cáncer y, por lo mismo, mi existencia es necesaria y precisa, yo, entre ustedes soy una especie de halathuria spmifera, una hermosa especie que limpia el fondo de los mares, como yo limpio la superficie de este planeta y de esta ciudad, para ser más exacta y, al igual que este llamado pepino de mar, me alimento de lo que está en el fondo, sin escrúpulos, porque soy resistente y eficaz y ¿Así me lo agradecen? ¿Condenándome a muerte? ¿Han sacado la cuenta de cuántos asesinos, violadores, traficantes, abusadores, drogadictos y criminales he sacado de las calles? ¿Han sacado la cuenta de cuantos millones he ahorrado al Estado? Probablemente no, porque les han dicho que soy una asesina desalmada, una psicópata caníbal, una antropófoga y, sin embargo, soy su salvadora, pero las autoridades les han enseñado a temerme, porque prefieren que teman a mis víctimas, que a ustedes los mantienen encerrados, asustados y sumisos. Yo soy el camino de su liberación y no lo saben. Ustedes son como ese cordero que mira al amo pensando que lo protege, porque le da un techo y lo alimenta mientras crece y engorda, mientras le soba el lomo, sin sospechar que llegará el momento en que nada de lo que está más allá de las rejas le hará daño, porque es su amo quien lo reserva para el cuchillo afilado que le cortará el pescuezo. Yo soy el pez gobio que limpia los fondos de los océanos y, ellos son los ectoparásitos que deben ser consumidos. 

 Sé que todos ustedes tiemblan ante la presencia de seres como yo, pero no es a mí a quien deben temer. Es tiempo que reconozcan nuestra existencia y superioridad. Es tiempo de que tiemblen, porque es natural que las presas tiemblen ante la presencia de sus depredadores. 

Declaro, de manera pública, que amo la carne, que amo cazar, arrastrar y destazar a mis presas. Ver palpitar su carne mientras la corto, sentirla tibia en las manos es algo que ninguno de ustedes será capaz de comprender, porque sus sentidos se durmieron, están suprimidos. Yo, que siento placer al observar cómo la carne de mi presa se asa lento en una parrilla, que amor escuchar el chisporroteo de la grasa que se derrite y chorrea lento sobre el fuego, que amo ver cómo saltan chispas de colores entre las brasas, soy su salvación, pero ¿Qué pueden entender ustedes, animales domesticados de esto? Creo que los únicos que podrían comprenderme son las otras bestias que deambulan por las ciudades, los otros que son como yo, los no domesticados, los que somos puros, genuinos y primordiales. 

 Y no teman, no les guardo rencor, los entiende mejor y con más generosidad de lo que ustedes me comprenden a mí. Sé lo complejo que debe ser, para el común de las personas, darse cuenta que son animales domesticados que se mueven en una granja, con correas en el cuello: correas religiosas, políticas, valóricas, económicas. Correas con forma de casas, de joyas, de celulares y aplicaciones que mantienen informados a sus carniceros dónde están, qué comen, qué hacen, qué piensan, cuáles son sus gustos y necesidades, todo para faenarlos de una forma distinta y menos natural, en sus fábricas de producción. 

 Ustedes, humanos comunes y corrientes son presas, pero no lo saben, nunca dejaron de ser animales, son animales que coexisten en inmensas jaulas, amontonados, listos para que les expriman hasta la última gota de sangre y yo, simplemente soy quien los libera y los regresa a su estado natural. 

 Comprendo el miedo que estas declaraciones provocan en ustedes, estimados lectores, pero necesito que comprendan que aquí son ustedes los disociados y yo soy quien está en pleno dominio de sus facultades. 

 Si has llegado hasta aquí conmigo, amable lector, es quizá porque tienes valor, pues muy pocos se atreven a asomarse a los profundos abismos de mi mente. Lo sé, lo he sentido desde la infancia, porque desde la infancia vengo marcada para la diferencia. Siempre lo supe y lo oculté y, solo ahora, que me quedan unos días antes de ser ejecutada, lo escribo y lo describo, no para lograr inmortalidad a través de la fama o para pasar a la posteridad como el más interesante caso de estudio del que se tenga noticia, sino que para que me comprendan y se den cuenta que no soy tan diferente de ustedes, ya que finalmente, todos somos caníbales. La única diferencia que tenemos es que yo reconozco mi canibalismo y lo transformo en algo positivo, en un aporte a la humanidad y ustedes lo esconden, transformándolo en un crimen de odio contra mi persona. condenándome a mí. 

 Ustedes, que se escandalizan, espantan y hacen todo por eliminarme ¿Cómo no son capaces de reconocer la antropofagia que los habita? 

¿No existe al menos uno entre ustedes que extrae las energías positivas de los otros y la consume? De esta clase hay muchos. Los caníbales de la energía, que poco a poco consumen a los demás y ¿No consumen la alegría y el deseo de vivir las personas que hacen bullying a los más débiles? Les extraen su alegría de vivir y los hieren física y espiritualmente hasta matarlos. ¿Son o no son caníbales las personas que se empeñan en perjudicar a otras por un poco de poder? ¿No están consumiendo la bondad y la ética de quienes actúan con decencia y respeto a los derechos humanos? ¿No son caníbales los criminales que matan a otros para apropiarse de sus bienes? ¿No son caníbales quienes sacan su rabia y atacan, mienten y destruyen con su ira a quienes se transforman en el foco de sus bajas pasiones? ¿No cometen antropofagia los políticos que descuidan la salud de los más pobres y permiten que las enfermedades los maten por falta de atención? ¿No consumen los grandes empresarios a sus empleados diariamente al exprimirlos en horarios interminables de trabajo que solo consiguen desgastarlos tanto, que se terminan enfermando y muriendo? ¿No son caníbales los narcotraficantes y traficantes de personas que mandan a sus soldados a raptar, matar o vender personas como si fueran cosas? No lo nieguen, todos son antropófagos a su manera y, sin embargo, solo a mí me castigan.


EL VASO 

En la esquina de la mesa, un vaso. 

 Sé que alguien lo dejó allí y que, definitivamente, ese alguien no fui yo. 

Dicen que los lugares que habitamos indefectiblemente ya fueron habitados por otros Lo sé porque a mí me ocurren los hechos que cuento en un departamento nuevo. Mi departamento nuevo. Nadie vivió aquí antes de que yo llegara. Bajo este departamento hay al menos otros veinte propietarios. Ninguno ha muerto, por lo que me pregunto: ¿Quién habitó este trozo de tierra antes de que se construyera este edificio, antes de que hubiera ciudades, pueblos o aldeas? o ¿Quién y con qué intención puso ese vaso vacío precisamente en ese lugar? 

 Les aseguro que lo que guardado más de una vez y que cuando lo veo, otra vez, en la misma esquina de la mesa, dudo de mi cordura. Es por esto que, luego de meditarlo mucho, he llegado a la conclusión de que quien mueve los objetos es alguien anterior a mí, anterior a los edificios, a los homos sapiens, al homo erectus, algo anterior a los seres humanos. 

 A veces, contemplo el vaso desde lejos, con una inquietud que no me atrevo a definir; otras, intento acercarme a él, pero el miedo me paraliza, porque pienso que no es el vaso vacío lo que importa, sino todo lo que lo rodea e magino que está en un mundo paralelo que coexiste con el mío, un mundo que se hace evidente, a través de ese singular objeto o quizá solo sea un simple vaso que alguien dejó en otro lugar y se manifiesta, por mera coincidencia, en la mesa de mi comedor. Un vaso que guardo y desaparece y, que vuelve a aparecer en el mismo lugar, vigilando, esperando. 

Hoy he decidido destruirlo y terminar, de una vez por todas, con este ciclo aborrecible y, aunque no sé qué consecuencias tendrá esta acción, sé que debo hacerlo. Solo espero que este vaso deje de aparecer porfiadamente en mi mesa, como esperando ser descifrado, como queriendo decirme algo que no acierto a descubrir. 

Ha llegado el momento. Me pongo de pie, lo tomo, lo estrello contra la pared. Los vidrios saltan en cientos de pequeños trozos que se reparten por toda la habitación: en el piso, sobre la mesa, sobre la cajonera, sobre mi rostro, brazos y piernas. Trozos de vidrio que se multiplican en mi cuerpo como células cancerígenas, como úlceras varicosas que no paran de hincharse y sangrar. 

 Han pasado tres días y 12 horas. No puedo moverme. No puedo salir de mi departamento. El hambre me abraza. Los alimentos se acaban y el vaso sigue allí. Inalterable, terrible. No me atrevo a llamar a nadie. No quiero que vean en qué estado me encuentro. Tengo miedo a que entren y digan que nada es real. Que todo ocurre en mi mente. Tengo miedo a que las dimensiones se abran y se junten, provocando una catástrofe de proporciones. Tengo miedo a que mi carne se pudra y se caiga a pedazos. Tengo miedo a morir. 

 La fiebre me abrasa. No duermo. No me muevo. No me he bañado en días. Defeco y orino en el mismo lugar en el que duermo. Todo hiede a mi alrededor. Miro hacia la mesa y, el vaso, ahora impregnado en mis piernas necróticas y adoloridas, se ha transformado en un universo de bacterias sobre un cuerpo en descomposición que quizá alguien encuentre cuando la pestilencia inunde el piso. Sé que solo entonces echarán abajo la puerta y me encontrarán, con las piernas hinchadas, el estómago vacío, hundida como un insecto en un vaso vacío en una esquina de una habitación, esperando a que alguien tome mi lugar en este departamento que, como cientos y miles de departamentos, albergan a seres solos, cuyos mundos son una zona negra que existe al borde de la locura.