Translate

La máscara de Mato Grosso de Nora Guevara

LA MÁSCARA DEL MATO GROSSO Nora Guevara García Una antiquísima máscara, que representa a un aborigen mundurukú, se expone desde hace años en la sala de los rostros del Museo de Arte indígena de São José dos Pinhais, en Brasil. La primera vez que la vi, me impactó su belleza aterradora. Puedo afirmar que es bella, porque en sus intrincados y nudosos pliegues presiento la sabia industria de las lluvias tropicales, de los monzones y de los miles de insectos y animales que labraron la madera que fue la base de esta pieza y, aterradora, porque cuando la miro, veo en ella el árbol muerto que un artesano desconocido taló para transformarlo en esta máscara que alberga, en sus ojos vacíos, los gritos de muerte de los últimos bosques lluviosos del planeta. Esta máscara sola, expuesta sin las plumas de las aves de los bosques, sin los colores de las tribus que la forjaron, sin sus bailes y sin sus cantos ceremoniales, es una inmensa concavidad en cuyos huecos caben las miles de hectáreas de selvas tropicales que murieron, como murieron los carayás aferrados a los últimos árboles nativos del Mato Grosso; como murieron los lento perezosos que estiraron sus brazos para aferrase a una rama que solo era un puñado de cenizas; como murieron las tigresas protegiendo a sus crías mientras eran devoradas por el fuego o como murió la infancia de las niñas y de los niños que antes corrían descalzos por las selvas y que ahora trabajan en las fábricas de aceite, a cambio de un miserable plato de comida. La gente cuenta que esta máscara, elaborada de la madera de un Kapok, fue vista por primera vez por un pescador de Via Mutum, quien la encontró flotando en el caudal del río Tapajós. Dicen que el pescador contó a sus amigos, que cuando se inclinó para atraparla, una mujer morena se asomó de entre las aguas, como se asoman los yacarés, y se la entregó. El hombre en cuestión, la llevó a su pueblo, en donde la vendió a buen precio a un comerciante de Apiacás que, cada cierto tiempo, por allí pasaba. Los lugareños afirman que, a los pocos días y, producto de un extraño incidente en su canoa, el pescador sufrió una muerte violenta. El comerciante, que se llevó la máscara a su casa, murió, producto de una grave obstrucción intestinal, después de haberla revendido a un anticuario de Tabaporá. El anticuario, por su parte, sin saber lo que realmente había comprado, la dejó, en una caja, junto a una silla en el comedor de su pequeño rancho. Quisieron el Destino y la Mala Suerte, que su pequeño hijo la encontrara y que, movido por la curiosidad natural de los niños, la abriera y se colocara el hermoso objeto sobre la cara. Dicen que fue tanto el terror que sintió el rapaz al ver lo que la máscara le mostraba, que comenzó a chillar como chillan los inocentes cerditos cuando los llevan al matadero y que, cuando sus padres acudieron a ver lo que le pasaba, lo vieron caer sobre una gran fogata que había en el patio. Muchos aseguran que, alguien que por allí pasaba en esos precisos momentos, pudo ver cómo una figura de fuego tomaba al niño por los brazos y lo arrojaba a la fogata y que, ese alguien, también pudo ver cómo ambos padres lo tomaron de las piernas para sacarlo, pero que se les hizo imposible. Incluso dicen que ese testigo, del que nadie recuerda su nombre, aseguró que el fuego se movía como se mueven las boas constrictoras y que se los tragó. También cuentan que aterrado, el hombre corrió a las casas vecinas para pedir ayuda, pero que cuando los lugareños llegaron con palas y baldes, no pudieron hacer nada, porque la propiedad estaba completamente quemada. Las macumberas del lugar, que fueron llamadas para examinar la pequeña hacienda, encontraron la máscara, indemne entre las cenizas y, de inmediato se dieron cuenta de que estaba maldita y, por lo mismo, sin tocarla, la envolvieron en una manta fabricada con hojas de plátanos para devolverla al río. También se cuenta que, por una nueva y muy extraña casualidad, un extraño que por allí pasaba, supo de estos acontecimientos y pagó, tan buen dinero por la máscara, que le fue entregada, no sin antes advertirle acerca del peligro que le podía significar ser su nuevo poseedor. El hombre, algo divertido ante la inocencia de los habitantes del poblado, se la llevó para venderla en Tapurá, en donde, sin causa aparente, terminó perdiendo el juicio. Dicen que sus socios, al darse cuenta de su incipiente locura, le robaron los bienes y, que su familia, indignada y asustada antes estos hechos, decidió echarlo a la calle junto con la aterradora máscara. Fue así cómo, su tercer dueño, afectado por la maldición, comenzó a deambular por las calles ofreciéndola a quien se le cruzara por delante, hasta que se encontró con una famosa arqueóloga y coleccionista que se la compró por tres reales. El indigente, después de habérsela vendido, intentó explicarle, con frases entrecortadas y, a veces incoherentes, en qué consistía la maldición de la máscara y los cuidados que debía tener. La mujer, encantada con la máscara y las leyendas que en torno a ella se tejían, la metió bajo su brazo izquierdo y se la llevó al Mato Grosso. Esa misma noche asaltaron al pobre loco, que fue encontrado de madrugada, en una zanja de sangre, en las afueras del pueblo. Cuando, por fin, Teresiña llegó a su casa, la guardó en una caja fuerte y se recostó de lado en el amplio sillón Luis XV que mandó traer desde Europa para su descanso, pero debido un extraño ardor en la axila izquierda, decidió dormir en su cama. A la mañana siguiente, al intentar ponerse de pie, sintió mucho dolor. Le dolían el omóplato, el hombro, la axila y el brazo. Preocupada, se volvió a recostar y esperó a que llegara el empleado del aseo, al que pidió ayuda para ponerse de pie, pero debido a que tenía fiebre y se tambaleaba, el mozo pensó en llamar a una muy conocida médica del lugar. La mujer, que comenzaba a expresarse con dificultad, mandó llamar, en su lugar, a una vieja yerbatera que sabía de elíxires y hechizos y, se acostó en el sillón a esperarla. Mientras dormía, el jardinero comenzó a podar el césped del patio y el mozo le pidió que se detuviera, porque la ama estaba enferma. Luego regresó a la casa para recibir a la anciana, quien de inmediato le revisó los ojos y el costado. -Sus ojos son charcos de sangre y el costado es un reguero de pústulas amarillas y verdes, dijo la experimentada mujer, quien, al instante supo que esto era provocado por algún un objeto maldito, por lo que le preguntó al mozo si su ama había traído recientemente a la casa algún objeto inusual. El mozo, que nada sabía, decidió despertar a la mujer para que le preguntaran y, fue entonces que la moribunda les habló sobre la máscara. La anciana, que ya había escuchado de la existencia de ese poderoso objeto, le pidió la combinación y lo extrajo con sumo cuidado y, sin tocarlo, lo tiró al fuego. Luego hizo sus oraciones, bailó, cantó, quemó hierbas y muñecos y aplicó cremas poderosas en las heridas de Doña Teresa, que se sintió algo mejor y, cuando la anciana hubo terminado el proceso de sanación, entre el mozo y el jardinero, la llevaron nuevamente a la cama y la dejaron dormir. Las nietas de doña Teresa, que llegaron muy preocupadas a cuidarla, se quedaron dormida, junto a la cama alrededor de las dos de la mañana, hora en que Teresiña se levantó, bajó las escaleras, tomó la máscara de entre las cenizas de la chimenea y se la colocó sobre el rostro. Fue en ese preciso instante en que despertó, solo para darse cuenta que todo ardía a su alrededor. Los árboles ardían, los tigres corrían envueltos en llamas. los cachorros, las plantas, las enredaderas, el cielo y ella misma se quemaban en la selva amazónica. No hubo gritos, solo un fuerte olor a quemado, que subió por las escaleras y llegó al lado de las dos muchachas que dormían, las despertó. Las mozas, al sentir el fuerte olor a carne calcinada y al percatarse que su abuela no estaba en la cama, bajaron corriendo, solo para encontrar un cuerpo quemado de su abuela, al lado de la chimenea, un cuerpo junto al cual reposaba oscura máscara de madera. Entre lágrimas y lamentos esperaron la llegada de Rosario, quien recostó la máscara en una nueva cama de hojas de plátano y les dijo que la llevaran al Museo de Arte indígena de São José dos Pinhais, de Mato Grosso, en donde una especialista en objetos mágicos sabría qué hacer con ella. Fue de esta forma que, la llamada máscara de Mato Grosso llegó a este museo, atrayendo a los miles de turistas que quieren ver, con sus propios ojos, este objeto tan sagrado como peligroso. Los guías del museo aseguran que hay quienes han ofrecido millones por tenerla, pero la arqueóloga le dijo, a los dueños del museo, que por ningún motivo la vendan, porque está demostrado que, cada vez que uno de sus propietarios la ha vendido, ha muerto, en medio de una serie de acontecimientos tan terribles como inexplicables. Es por todo esto que la máscara se mantiene allí, como un objeto muerto, que solo volverá a la vida el día en que alguien se atreva a tocarla y experimente, en cada ligamento, en cada músculo y en cada célula cómo la Amazonía se quema y escuche, mientras es consumido por el fuego, el millar de voces y de vidas que, como un solo grito, llegarán a sus oídos antes de que todo sea un inmenso vacío lleno de silencio.

No hay comentarios:

Publicar un comentario